Hace poco leí que los niños en Finlandia no empiezan la educación formal hasta los siete años. Hasta esa edad, su trabajo principal es jugar. Jugar sin prisas, sin tareas, sin presión. Me pareció casi utópico. En una sociedad donde la infancia parece reducirse a un sprint de logros tempranos, la crianza nórdica ofrece un recordatorio poderoso: los niños no son proyectos, son personas.
En los países nórdicos, la crianza se basa en la confianza. Confianza en que los niños aprenderán a su ritmo, sin la necesidad de un adulto marcando cada paso. En Dinamarca, por ejemplo, es común ver a niños pequeños caminando solos a la escuela o jugando fuera en pleno invierno. Aquí eso sería impensable, pero allí es parte de su crecimiento. Un estudio de la Universidad de Stanford sugiere que fomentar la autonomía desde pequeños no solo mejora la autoestima, sino que también les ayuda a ser más resilientes.
También me sorprendió descubrir cómo el juego al aire libre es casi sagrado. En Finlandia, cada 45 minutos de clase se interrumpen con 15 minutos de juego libre. En Noruega, el friluftsliv—esa conexión profunda con la naturaleza—se inculca desde la infancia. No es extraño ver guarderías donde los niños pasan la mayor parte del día explorando el bosque, trepando árboles o simplemente sintiendo el viento en la cara. La American Academy of Pediatrics ha demostrado que el juego libre mejora la atención, reduce el estrés y aumenta la creatividad.
Pero hay más. Si visitas un parque infantil en Suecia, probablemente te sorprendería ver a bebés durmiendo en cochecitos al aire libre, incluso en pleno invierno. La tradición de que los niños duerman la siesta fuera (utomhus sovande) está muy arraigada. Se cree que respirar aire fresco fortalece su sistema inmunológico y mejora la calidad del sueño.
Otro detalle curioso es que, en Finlandia, las escuelas tienen saunas. Así como suena. Desde pequeños, los niños aprenden que la sauna no es solo un ritual de bienestar, sino un espacio de calma y socialización. De hecho, muchas guarderías organizan sesiones semanales donde los niños se relajan juntos en una sauna adaptada para ellos.
Y luego está la relación con la comida. En lugar de menús infantiles con opciones limitadas, los niños nórdicos comen lo mismo que los adultos. Desde temprana edad, prueban arenques, pan de centeno o sopas de raíz de apio. En Dinamarca, la tradición del madpakke (una fiambrera casera con pan integral, vegetales y proteínas naturales) fomenta una relación saludable con la alimentación.
Pero si hay algo que me resulta más fascinante de la crianza nórdica, es la manera en que se enfrentan a la disciplina. No hay gritos ni castigos severos. En Suecia, el castigo físico está prohibido desde 1979 y hoy sabemos que gritar o pegar no educa, solo genera miedo. Un estudio de la Harvard Graduate School of Education confirma que los niños criados en un ambiente de respeto y comunicación desarrollan mejores habilidades socioemocionales. En otras palabras, aprenden a gestionar sus emociones sin temor a ser castigados por sentir.
Y luego está la conciliación, algo que en muchos otros países sigue siendo un privilegio. En Finlandia, la baja por maternidad y paternidad es de las más generosas del mundo, con hasta 14 meses compartidos. No es raro ver a padres en los parques con sus bebés en un día laborable, porque la crianza es una responsabilidad compartida, no solo de las madres.
A veces me pregunto qué pasaría si dejáramos de cronometrar la infancia. Si confiáramos más en los niños y menos en los calendarios. Tal vez la crianza nórdica tenga tanto éxito porque entiende algo esencial: crecer no debería ser una carrera, sino un viaje, uno que se vive mejor con los pies descalzos sobre la hierba y las manos llenas de barro. Os dejo el libro «The Danish Way of Parenting» (El método danés para criar hijos felices y con autoestima) – de Jessica Joelle Alexander y Iben Sandahl para profundizar.